domingo, 22 de febrero de 2015

Por los caminos del pasado, cimentamos nuestra identidad Cariachil.

Por: Alcides Vence Ibarra
Cada día que pasa, vamos poniendo más interés a una serie de acontecimientos que para muchos se considera simple e insignificante.  Es la historia de lo desconocido y la verdad de lo que se ha podido plasmar en la memoria de los mortales nacidos en los pueblos fundados a  la falda oriental de la Sierra Nevada y de su capital Santa Marta. Unos cercanos y otros, algo distante de ella, pero muchos poblados, colindantes a la serranía del Perijá.

También hemos de admirar las rayas marinas que desde la atractiva bahía nos llevan a la histórica Riohacha y que inspiran a los escritores y  poetas de esta agraciada comarca.

Haciendo un recorrido circular por los caminos que transitaron nuestros ancestros y que siguiendo las huellas nuestros juglares, llegamos  a una ciudad fundada en un valle fértil de donde proviene el nombre, después de  la llegada del español Hernando de Santana, uno de los que vino con García de Lerma, este, perteneciente a una de las más populares familias mercantiles de Burgos, España.

La ciudad del Valle de Upar, en el año 1550, ya era  poblada por  tribus que según un censo de la época la conformaban doscientas cuarenta y siete casas, unas de adobe y otras de bareque, todas cubiertas de teja y tal cual de palma;  seres de ambos sexos, calidades y edades, sumando un total de  tres mil doscientas dos almas.

En la prueba de meritos, el teniente gobernador y capitán general de esta ciudad Antonio de Flores en 1597, manifestó: “A  final del año 1582,  los indios Tupes e Itotos  se  levantaron  a media noche y prendieron fuego a todas las casas y a la iglesia mayor.  En  una iglesia denominada  Santo Domingo, se recogió la gente que se escapó”, por lo que el capitán De Flores, peleo a pie con gallardía y defendió el sólo la entrada de dicha iglesia y resistió a sus  enemigos, poniendo en riesgo su propia vida, luego montó en un caballo que del convento le saco el prior, y valerosamente salió e impidió  que los naturales siguieran atacando y   les hizo retirar y salir de la ciudad.

Según testimonios del español Gregorio Álvarez de la Cruz y otros encomenderos, a los Cariachiles nunca se les vio en este pleito.  Siempre se les encontró  desnudos y poco se les vio juntos o congregados en su población, sino que estaban  apartados unos de otros, con sus poblaciones distantes a dos o tres leguas una de la otra, de manera que para sacar su encomendero algún provecho de ellos,  le era necesario y muy forzoso traerlos con halagos, dándoles cuchillos, cuentas y otras cosas para pagarles el trabajo que pretendían hacer, por que sí les apretaban a demorarles el pago, por  ser gente belicosa, resultaban lazarse y negar la obediencia como lo habían hecho en  ocasiones anteriores.

La tribu Cariachil, ha sido considerada muy dueña de su voluntad y permanentemente se oponían a las pretensiones de los españoles y había días en que no acudían más de tres o cuatro indios a las jornadas de trabajo, porque aunque pudieran asistir más, muchos huían  y se iban a habitar retirados, remontados en las sierras, en despeñaderos y partes agrias para que no dieran con ellos. De modo que quisieron llevarse a una india para su servicio y se opusieron, dando muerte al mayordomo que había ido por ella.

Los enviados lograron su acometido de tal manera que todo el provecho que dieron los  indios a la encomienda de Francisco Vázquez Pedraza,   fue hacerle un trueque de  dos cosechas de maíz al año, una pequeña y una grande por el retorno de la india.


Así vamos definiendo la historia de una etnia que busca su reivindicación como pueblo indígena.

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