Por: Alcides Vence Ibarra
Cada día
que pasa, vamos poniendo más interés a una serie de acontecimientos que para
muchos se considera simple e insignificante.
Es la historia de lo desconocido y la verdad de lo que se ha podido
plasmar en la memoria de los mortales nacidos en los pueblos fundados a la falda oriental de la Sierra Nevada y de
su capital Santa Marta. Unos cercanos y otros, algo distante de ella, pero
muchos poblados, colindantes a la serranía del Perijá.
También
hemos de admirar las rayas marinas que desde la atractiva bahía nos llevan a la
histórica Riohacha y que inspiran a los escritores y poetas de esta agraciada comarca.
Haciendo un
recorrido circular por los caminos que transitaron nuestros ancestros y que
siguiendo las huellas nuestros juglares, llegamos a una ciudad fundada en un valle fértil de
donde proviene el nombre, después de la
llegada del español Hernando de Santana, uno de los que vino con García de
Lerma, este, perteneciente a una de las más populares familias mercantiles
de Burgos, España.
La ciudad
del Valle de Upar, en el año 1550, ya era
poblada por tribus que según un
censo de la época la conformaban doscientas cuarenta y siete casas, unas de adobe y otras de
bareque, todas cubiertas de teja y tal cual de palma; seres de ambos sexos, calidades y edades,
sumando un total de tres mil doscientas
dos almas.
En la prueba de meritos, el teniente gobernador y capitán
general de esta ciudad Antonio de Flores en 1597, manifestó: “A
final del año 1582, los indios
Tupes e Itotos se levantaron a media noche
y prendieron fuego a todas las casas y a la iglesia mayor. En una
iglesia denominada Santo Domingo, se
recogió la gente que se escapó”, por lo
que el capitán De Flores, peleo a pie con gallardía y defendió el sólo la
entrada de dicha iglesia y resistió a sus
enemigos, poniendo en riesgo su propia vida, luego montó en un caballo
que del convento le saco el prior, y valerosamente salió e impidió que los naturales siguieran atacando y les hizo retirar y salir de la ciudad.
Según
testimonios del español Gregorio Álvarez de la Cruz y otros encomenderos, a los Cariachiles
nunca se les vio en este pleito. Siempre
se les encontró desnudos y poco se les
vio juntos o congregados en su población, sino que estaban
apartados unos de otros, con sus poblaciones distantes a dos o tres
leguas una de la otra, de manera que para sacar su encomendero algún provecho
de ellos, le era necesario y muy forzoso
traerlos con halagos, dándoles cuchillos, cuentas y otras cosas para pagarles
el trabajo que pretendían hacer, por que sí les apretaban a demorarles el pago,
por ser gente belicosa, resultaban
lazarse y negar la obediencia como lo habían hecho en ocasiones anteriores.
La tribu
Cariachil, ha sido considerada muy dueña de su voluntad y permanentemente se
oponían a las pretensiones de los españoles y había días en que no acudían más
de tres o cuatro indios a las jornadas de trabajo, porque aunque pudieran
asistir más, muchos huían y se iban a
habitar retirados, remontados en las sierras, en despeñaderos y partes agrias
para que no dieran con ellos. De modo que quisieron llevarse a una india para
su servicio y se opusieron, dando muerte al mayordomo que había ido por ella.
Los
enviados lograron su acometido de tal manera que todo el provecho que dieron los indios a la encomienda de Francisco Vázquez
Pedraza, fue hacerle un trueque de dos cosechas de maíz al año, una pequeña y
una grande por el retorno de la india.
Así vamos definiendo la historia de una etnia que busca su
reivindicación como pueblo indígena.
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