jueves, 17 de marzo de 2016

Los Cariachiles, fugitivos que hacen parte de la tasa inmemorial del pueblo

 Sin una mínima proporción fantasiosa, se seguirá  definiendo la verdadera historia de un grupo social  que busca su reivindicación como pueblo indígena.

Llevando nuestra memoria al año 1803 cuando existía en esta región un gran numero de nativos y un  presbítero llamado don Bartolomé de Bada, cura y maestro de doctrina cristiana del pueblo conocido como San Lucas del Molino, que en cumplimiento de lo previsto por su majestad en la antecedente Cedula Real que en testimonio para su Merced se le dirigió, manifestando, refiriéndose a los indios Cariachiles, que aunque los naturales de  su doctrina, estaban reducidos bajo acción con sus casas en un pequeño poblado, donde en la época se experimentaba que muchos de ellos, motivados por tener sus labranzas con alguna distancia, pero unidas con las de barrios españoles quienes denominaban agregados a dicha parroquia en lo parajes de Corralejas, Pantano y Palmaritos.


Los naturales se volvieron tan rebeldes a ejemplo de los españoles, que sin embargo por las continuas exhortaciones con que los amonestaban a ellos y a dichos españoles no se pudo conseguir su concurrencia a la Santa Iglesia a cumplir con los preceptos de oír misa y cumplir con el sacramento de la penitencia, oponiéndose a que los referidos españoles hicieran sus casas dentro del mismo pueblo, porque estos vivían tan desordenadamente que sus retiros sólo servían para sostener los vicios de juegos, hurtos, mancebías y róchelas de andar muchos esclavos y otros de perversa vida, como asimismo de desmoralizar a los naturales  causándoles grave perjuicio en sus labores con la bellaquería de sus canucos, también les quitaban las aguas con el firme propósito de impedirles regar sus cultivos.

Panorámica de San Lucas del Molino entre la sierra Nevada y la Serranía del Perijá
En la misma aprobación se hace referencia que debiendo ser esta su doctrina y agregación del basto número de indios de pala, se halló en esos días bastamente menoscabados a causa de la vana solicitud que se hizo de los fugitivos quienes se vieron en la obligación de dejar a sus mujeres abandonadas, arrochelándose en otros pueblos de la vera del río Grande y al poco tiempo se ubicaron en el paraje llamado Treinta, en jurisdicción de Riohacha.

En este breve relato histórico se hace mención de un censo redimible de la época, donde aparecen los nombres de muchos nativos, entre ellos, uno con 22 años de edad, llamado José Domingo Cariachil y diecinueve almas mas, fugitivos que hacen parte de la taza inmemorial del pueblo.

Se conoce de este hombre que fue el padre de tres hijos: Inés, Sixta y José Andrés Cariachil, quienes a la huida de su padre, habitaron las agrestes montañas de la Serranía del Perijá, en el sitio conocido como el Cerro del Capuchino, lugar que ha servido de marco generoso para que las bellas voluntades, desde el infinito vean matizado el terruño, orgullo de  esta raza.


No fueron estos, los tres únicos seres de su especie que guiados por la  maravillosa deidad, esparcieron en estas tierras las semillas que un día cualquiera germinaron para mantenerlos vivos en el pasado, presente y futuro  por varias generaciones.

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