Llevando nuestra memoria al año 1803 cuando existía en
esta región un gran numero de nativos y un presbítero llamado don Bartolomé de Bada, cura
y maestro de doctrina cristiana del pueblo conocido como San Lucas del Molino, que
en cumplimiento de lo previsto por su majestad en la antecedente Cedula Real
que en testimonio para su Merced se le dirigió, manifestando, refiriéndose a
los indios Cariachiles, que aunque los naturales de su doctrina, estaban reducidos bajo acción con
sus casas en un pequeño poblado, donde en la época se experimentaba que muchos
de ellos, motivados por tener sus labranzas con alguna distancia, pero unidas
con las de barrios españoles quienes denominaban agregados a dicha parroquia en
lo parajes de Corralejas, Pantano y Palmaritos.
Los naturales se volvieron tan rebeldes a ejemplo de los
españoles, que sin embargo por las continuas exhortaciones con que los
amonestaban a ellos y a dichos españoles no se pudo conseguir su concurrencia a
la Santa Iglesia
a cumplir con los preceptos de oír misa y cumplir con el sacramento de la
penitencia, oponiéndose a que los referidos españoles hicieran sus casas dentro
del mismo pueblo, porque estos vivían tan desordenadamente que sus retiros sólo
servían para sostener los vicios de juegos, hurtos, mancebías y róchelas de andar
muchos esclavos y otros de perversa vida, como asimismo de desmoralizar a los
naturales causándoles grave perjuicio en
sus labores con la bellaquería de sus canucos, también les quitaban las aguas con el firme
propósito de impedirles regar sus cultivos.
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| Panorámica de San Lucas del Molino entre la sierra Nevada y la Serranía del Perijá |
En este breve relato histórico se hace mención de un
censo redimible de la época, donde aparecen los nombres de muchos nativos, entre
ellos, uno con 22 años de edad, llamado José Domingo Cariachil y diecinueve
almas mas, fugitivos que hacen parte de la taza inmemorial del pueblo.
Se conoce de este hombre que fue el padre de tres hijos:
Inés, Sixta y José Andrés Cariachil, quienes a la huida de su padre, habitaron
las agrestes montañas de la
Serranía del Perijá, en el sitio conocido como el Cerro del Capuchino,
lugar que ha servido de marco generoso para que las bellas voluntades, desde el
infinito vean matizado el terruño, orgullo de
esta raza.
No fueron estos, los tres únicos seres de su especie que
guiados por la maravillosa deidad,
esparcieron en estas tierras las semillas que un día cualquiera germinaron para
mantenerlos vivos en el pasado, presente y futuro por varias generaciones.


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