| Campana de la iglesia San Lucas, data del año 1775 |
Cada día que
pasa, vamos poniendo más interés a una serie de acontecimientos que para muchos
se considera simple e insignificante. Es
la historia de lo desconocido y la verdad de lo que se ha podido plasmar en la
memoria de los mortales nacidos en los pueblos fundados a la falda oriental de la Sierra Nevada y de
su capital Santa Marta. Unos cercanos y otros, algo distante de ella, pero
muchos poblados, colindantes a la serranía del Perijá.
También hemos
de admirar las rayas marinas que desde la atractiva bahía nos llevan a la
histórica Riohacha y que inspiran a los escritores y poetas de esta agraciada comarca.
Haciendo un
recorrido circular por los caminos que transitaron nuestros ancestros y que
siguiendo las huellas nuestros juglares, llegamos a una ciudad fundada en un valle fértil de
donde proviene el nombre, después de la
llegada del español Hernando de Santana, uno de los que vino con García de
Lerma, este, perteneciente a una de las más populares familias mercantiles
de Burgos, España.
La ciudad del
Valle de Upar, en el año 1550, ya era
poblada por tribus que según un
censo de la época la conformaban doscientas
cuarenta y siete casas, unas de adobe y otras de bareque, todas cubiertas de
teja y tal cual de palma; seres de ambos
sexos, calidades y edades, sumando un total de
tres mil doscientas dos almas.
En la prueba de meritos, el teniente gobernador y capitán
general de esta ciudad Antonio de Flores en 1597, manifestó: “A
final del año 1582, los indios
Tupes e Itotos se levantaron a media noche y prendieron
fuego a todas las casas y a la iglesia mayor.
En una iglesia denominada Santo Domingo, se recogió la gente que se
escapó”, por lo que el capitán De Flores, peleo a pie con
gallardía y defendió el sólo la entrada de dicha iglesia y resistió a sus enemigos, poniendo en riesgo su propia vida,
luego montó en un caballo que del convento le saco el prior, y valerosamente
salió e impidió que los naturales
siguieran atacando y les hizo retirar y
salir de la ciudad.
Según
testimonios del español Gregorio Álvarez de la Cruz y otros encomenderos, a los Cariachiles
nunca se les vio en este pleito. Siempre
se les encontró desnudos y poco se les
vio juntos o congregados en su población, sino que estaban apartados unos de otros, con sus poblaciones
distantes a dos o tres leguas una de la otra, de manera que para sacar su
encomendero algún provecho de ellos, le era
necesario y muy forzoso traerlos con halagos, dándoles cuchillos, cuentas y
otras cosas para pagarles el trabajo que pretendían hacer, por que sí les
apretaban a demorarles el pago, por ser
gente belicosa, resultaban lazarse y negar la obediencia como lo habían hecho
en ocasiones anteriores.
La tribu
Cariachil, ha sido considerada muy dueña de su voluntad y permanentemente se
oponían a las pretensiones de los españoles y había días en que no acudían más
de tres o cuatro indios a las jornadas de trabajo, porque aunque pudieran
asistir más, muchos huían y se iban a
habitar retirados, remontados en las sierras, en despeñaderos y partes agrias
para que no dieran con ellos. De modo que quisieron llevarse a una india para
su servicio y se opusieron, dando muerte al mayordomo que había ido por ella.
Los enviados
lograron su cometido de
tal manera que todo el provecho que dieron los
indios a la encomienda de Francisca Vázquez Pedraza, fue hacerle un trueque de dos cosechas de maíz al año, una pequeña y
una grande por el retorno de la india.
Así vamos definiendo la historia de una etnia que busca
su propia reivindicación como pueblo indígena.

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